Fiesta del Obispillo, 1504

 EL OBISPILLO 
   
Se celebraba ya en algunas localidades de la provincia, en el siglo XV. Se tiene constancia que se celebró por primera vez en Málaga capital a principios del siglo XVI, en marzo de 1504, según recogemos en el libro ‘Málaga en la leyenda’. Es un vestigio del carnaval malagueño. 


     El Obispillo, una especie de pantomima eclesiástica, era un monaguillo autorizado a ‘dirigir’ o ‘dar la misa’ de ese día. Los fieles que acudían solían hacerlo disfrazados, intercambiando personajes y clases sociales, originando una especie de comedia. La fiesta se celebraba el día de Los Santos Inocentes o el día de San Nicolás.

        El Obispillo se elegía entre los niños del coro y/o los monaguillos, por sus dotes de picardía; se le bonificaba con una cuantía de dinero al término, cantidad que dependía del grado de aceptación del público. Durante ese día festivo, el elegido era el protagonista y su papel consistía en ‘invertir el orden social’. Normalmente salía desde el Sagrario de la Catedral ó desde el Palacio del Obispo en medio de una procesión cómica, siendo acompañado hasta el coro de la catedral. Una vez allí, el obispillo parodiaba ceremonias religiosas, con cánticos y salmos, invirtiendo los roles sociales. A todos estos actos acudía la gente disfrazada. El ir y venir de máscaras, desde la calle a la catedral, provocaba incidentes y desórdenes de consideración. Pese a todo, la fiesta continuó celebrándose hasta mitad del siglo XVI.


     Las iglesias fueron durante muchos años los únicos edificios cubiertos y amplios que se utilizaron para grandes espectáculos; incluso, de una forma general, eran los únicos lugares de representaciones. Este festejo, absolutamente sorprendente, era propicio para interesar a los fieles, para mantener su interés e incluso para divertirles. Pero la iglesia no logra imponerse como lugar de culto y devoción, más bien se convierte en centro de la vida social festiva de la localidad. La presencia de la gente crea un clima alejado de la oración religiosa, así que surge el temor de ver lo profano excesivamente relacionado con lo sagrado. 

     Era preciso ante todo preservar los lugares de culto, hacerlos santuarios, y no lugares festivos. Se trata de recuperar la seriedad. Se levanta la ira de los oficiantes y se prohíbe la asistencia de los clérigos a estos actos. Los Santos Padres de La Iglesia condenan las máscaras y el escándalo. Pero las costumbres eran más fuertes que la oposición eclesiástica.   

    Durante el siglo XVII se empobrecieron los espectáculos carnavalescos callejeros porque se impusieron las clases altas burguesas frente a las costumbres medievales. La Iglesia y el Carnaval estaban enfrentados, pero el carnaval no desaparece por completo, sino que se transforma y evoluciona de una clase social a otra.



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